El impacto del Internet de las Cosas en los negocios
No hay duda de que el Internet de las Cosas condicionará el futuro de la sociedad. ¿Pero cómo afectará a los negocios el que estemos rodeados de tecnología inteligente?
Ya vivimos en un mundo conectado en red en el que es posible comunicarnos con la otra parte del planeta en tiempo real, y en cualquier momento. La tecnología ha llegado a prácticamente cada rincón. Y gracias a ello, cualquier lugar con conexión a internet es susceptible de convertirse en una oficina desde la que trabajar. Así nacen una serie de nuevos servicios innovadores accesibles desde cualquier punto del mundo que configuran el sector empresarial en el futuro.
Porque siempre serán necesarios los empleos tradicionales. Por mucho que se modernice el sector de la panadería y se programen máquinas para amasar, siempre será necesario el componente humano tras la tecnología para controlar y supervisar el proceso. Pero en la era de los negocios digitales, el trabajo colaborativo y el peer-to-peer abren una nueva veda. Porque ya no es necesario siquiera terminar las gestiones de todo un proceso de negocio. Sino que solamente con una buena idea podemos acceder a líneas de financiación que nos permitan desarrollar prototipos de nuevos diseños.
Es decir, que si vivimos en un rincón aislado de las montañas de China, tenemos la posibilidad de acceder a grandes empresas multinacionales para ofrecerles nuestras ideas. Y si son buenas, desde nuestro rincón perdido del mundo podemos llevar a cabo el desarrollo y las gestiones del proceso. Solamente necesitamos un ordenador y una buena conexión a Internet.
Abrimos así nuevas formas de trabajo, sin que ello repercuta directamente en las líneas ya existentes. El Internet de las Cosas nos conecta a la vez que crea una nueva red de consumidores digitales, y negocios enfocados hacia ese nuevo sector. Las generaciones que ya han nacido y están creciendo en un entorno completamente digital quieren estar conectados en todo momento, quieren acceder desde su teléfono móvil a sus datos bancarios, ver las últimas ofertas online en Amazon y controlar desde una isla remota en el Pacífico lo que están grabando las cámaras de seguridad de su vivienda en un país europeo. El consumidor que se lanza a la gestión de sus rutinas a través del Internet de las Cosas ya no quiere volver atrás, a lo analógico.
Y ahí entran las empresas, conscientes de que la dirección hacia la que vamos como sociedad pasa por la interconexión a nivel global. Desde el punto de vista empresarial, el usuario digital obliga al sector a estar al día y renovarse continuamente. Se ha democratizado la competencia. Hoy en día un pequeño comercio bien posicionado en internet puede llegar a vender en igualdad de condiciones que cualquier firma consolidada. Exige trabajo, constancia y estrategia, pero es posible. Y gracias a ello las grandes multinacionales se ven obligadas a cuidar cada vez más sus servicios. Una mala reputación online puede hundir una empresa. Y el consumidor se informa, compara, y sabe lo que compra.
Precisamente esa desconfianza que aún existe en torno a las transferencias de información y datos online es lo que nos ha convertido en una sociedad tan exigente y cuidadosa. No vamos a irnos con el primero que nos ofrezca algo interesante. Sino que tenemos la capacidad, desde nuestros smartphones, en un viaje en autobús o desde el sofá de casa, de investigar sobre prácticamente cualquier oferta que nos interese. Somos una red mundial crítica con lo tradicional y exigente en lo digital. Ahora, más que nunca, las empresas deben tener como lema el “renovarse o morir”. Porque nunca ha sido más cierto aquello de que “el cliente siempre tiene la razón”.
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